Aquel,
parecía un día especial, en el ambiente reinaba una calma amenazadora, alzando
la vista al cielo pude observar como este perdida su azul cian y se tornaba de
un gris como si lo hubiesen salpicado de cenizas, no llevaba reloj así que me
fue imposible adivinar la hora teniendo como punto de referencia los rayos
solares.
La
niebla daba la impresión de ser más espesa por momentos, la gente corría
empujando a sus semejantes de forma deliberada.
A la
carrera, aproximadamente unas diez personas hasta donde pude contar (algo me
incita a pensar que eran todos los habitantes del pueblo) subieron
apresuradamente la cuesta adoquinada, incluso algunos de ellos en su afán de
avanzar más rápido no reparaban en que sus zapatos en contadas ocasiones no les
obedecían haciéndoles así tambalearse hasta que el propio suelo les frenaba la
caída.
Opté
por seguir su mismo camino cayendo en la cuenta de que no era capaz de
comprender como demonios me costaba tanto ascender por ella, dicho acto me
llevo unos cuantos minutos, cuando por fin conseguí llegar, observe que los
adoquines desaparecían bajo un tortuoso camino de grava conduciendo mis ojos
persuasivamente hasta la puerta de una gigantesca catedral de estilo gótico que
se alzaba ante mi.
Me
pregunte en ese mismo momento como pude no haberla visto, ¿seria el momento de
volver y concertar una cita con el oculista? Me consolé pensando que la niebla
me había jugado una mala pasada y que seria una lastima deshacer el camino
hecho después del esfuerzo, así pues decidí aproximarme para analizarla
detenidamente.
Las
puertas eran enromes piezas de hierro, de arco apuntado, estas estaban grabadas
con imágenes que mis ojos no me permitían distinguir, toda ella salpicada de
ventanas con vidrieras que la dotaban de un aspecto mágico, incitándome a
pensar que en un día soleado su interior seria todo un espectáculo de color,
notaba que mi barbilla se iba alzando, mi curiosidad me obligaba a preguntarme
cuan alta era reparando así en un par de gárgolas que me acechaban desde lo
alto.
Me
decidí a entrar, a mis brazos, no dotados de mucha fuerza les costo un arduo
trabajo desplazarlas lo mínimo para permitir que mi cuerpo pasase entre una
fina ranura, temiendo que de repente se cerrasen atrapándome y obligándome a
formar parte de la decoración.
Tardé
en acostumbrarme al cambio repentino de luz, no sabría decir con exactitud el
tiempo que me llevo empezar a distinguir siluetas, reparando así en que todos aquellos que ascendían presurosos en
su pelea continua con los adoquines se encontraban allí.
Las
paredes, el techo, el suelo.. Todo parecía bañando de un acentuado color
escarlata, solo pude imaginar de que estaba recubierto el suelo por los
chasquiditos que la suela de mis zapatos hacia al colisionar en el.
Mas
adelante distinguí algo semejante a un habitáculo situado en medio de aquel
lugar, pude adivinar que estaba dividido en dos partes, la mitad inferior de
madera y la superior encristalada, en una de las caras había una ranura
rectangular, debido a la ausencia de luz no me era posible distinguir lo que se
hallaba en su interior y decidí apaciguar mi curiosidad restándole importancia
y entreteniéndome en la lectura de unos panfletos informativos pegados en ella.
Debido a la oscuridad solo conseguí leer el titulo: Ritual de purificación de
almas. Estaba escrito en latín, lo leí
sin dificultad pero había algo muy curioso.. Yo no sabia latín.
Olvidando
este pequeño detalle reparé en que alguien se encontraba detrás de mí, pensé
que era alguien perteneciente al grupo de maratón de subidores de cuestas, para
mi sorpresa me equivocaba, detrás de mi se encontraba un hombre de aspecto
longevo, con una larga túnica cubriendo sus pies, parecía levitar, su mano
derecha sujetaba firmemente un incensario, en la otra yacía un libro de un
aspecto vetusto y desgastado, el anciano ajeno a todo lo demás, daba vida a las
palabras que se encontraban en el libro, emergían de entre sus finos labios con
una entonación digna de un réquiem.
En
aquel momento como si el hombre hubiese descendido de un mundo paralelo y
hubiese aterrizado repentinamente en este, alzo la barbilla, avanzo, dándome la
impresión de que iba a arrollarme, decidí desviarme de su trayectoria, a pesar
de la ignoración que recibí por su parte estaba mas que seguro de que no le
había pasado inadvertido.
Siguió avanzando
hasta situarse detrás de un joven a un radio de un metro aproximadamente, este,
se dio la vuelta al advertir a alguien a sus espaldas y el anciano por lo que
pude interpretar le indico donde tenia que posicionarse, este asintió ocupando
el puesto que se encontraba justamente delante de la ranura mencionada
anteriormente.
El
varón de un metro ochenta y cinco aproximadamente, lucia un cabello muy corto,
de un negro azabache, vestía con una camisa azul, pantalones de traje y zapatos
semejantes a los míos, no parecía muy nervioso, una actitud muy diferente a la
que yo poseía.
Acto
seguido el señor de avanzada edad pasó una de las paginas del libro el cual yo
esperaba que se desintegrase en sus manos, leyó otra oración, su voz era una
mezcla de serenidad, ímpetu y decisión, mezcla explosiva: en el acto algo se
apodero del espacio donde nos encontrábamos, al momento todos percibimos un
ligero olor de azufre, del cual era imposible averiguar su procedencia, fueron
milésimas de segundo lo que tardaron mis neuronas en asimilar y procesar la
información, aquello que estaba presenciando no podía ser humano, de hecho, no
lo era..
Una
extremidad, semejante a un brazo emergió por la ranura, me aventuraría a decir
que provenía del mismísimo infierno,
parecía que su composición constase principalmente de lava y piel
putrefacta, desconozco la temperatura de dicho ser, lo único que se, es que se
aproximó al cuerpo del joven que no mostró ni la mas mínima señal de
pavor, atravesándolo como si fuese un
pedazo de cera, fundiendo su piel y adueñándose de su corazón, el cuerpo sin
vida se desplomo en el suelo, cuando dicho acto finalizó, los individuos allí
presentes no mediaron palabra, el anciano hizo un gesto y de la nada surgieron
dos seres encapuchados que retiraron el cadáver.
Mi
cuerpo permanecía congelado, no era capaz de ejecutar el mas mínimo movimiento,
el terror se apoderaba de mi y la incredulidad de cómo toda aquella gente
permanecía allí, de pie, sin inmutarse ante semejante acto me helaba la sangre.
El
propietario del libro moribundo repitió el gesto anterior con intención de que
otro voluntario ocupara el sitio del antiguo fiambre, repentinamente noté como
mis pesados miembros empezaban a recobrar su vitalidad, un paso, después otro y
así fugazmente me aproxime a la puerta, en el acto el viejo realizó otro gesto,
tenia que tener algún significado ya que dos encapuchados mas corrieron hacia a
mi, no hay que estar dotado de una gran perspicacia para adivinar cuales eran
sus intenciones, la euforia del momento me doto de una fuerza sobre humana,
empuje las dos pesadas planchas de
metal y estas me cedieron el paso gentilmente.
Acto
seguido lo mas inteligente me pareció echar a correr, la existencia de
vegetación era escasa así que resultaba difícil hallar un lugar donde
ocultarse, a lo lejos divisé unos setos, posiblemente me brindarían la
oportunidad para camuflarme durante unos minutos, sin pensar en la salud y
bienestar de mi pobre abrigo, me puse en cuclillas, no vi salir a nadie de
aquel lugar, lo cual me dio tiempo para hacer lo que no había hecho desde que
llegue: pensar